Los museos de Madrid esconden verdaderas joyas y curiosidades poco conocidas, precisamente, uno de los museos menos conocidos de Madrid, el Museo Nacional de Antropología, guarda entre sus muros más de una sorpresa.
El museo fue fundado por el Dr. Velasco en 1875, fundador y protagonista junto a su hija momificada, de una de las historias más macrabas que han ocurrido en Madrid y que puedes leer en esta entrada anterior.

En la primera planta del museo, a mano izquierda, hay una sala dedicada al Dr. Velasco, una sala que recrea los gabinetes científicos del siglo XIX en la que se muestran algunas de las primeras piezas que formaron la colección del doctor.
Una de ellas, la más curiosa y llamativa se encuentra en el centro de la sala, en una urna que conserva el esqueleto de un gigante, un señor llamado Agustín Luengo Capilla, esta es su historia.

Agustín Luengo Capilla nació en 1826 en una población de Extremadura llamada, Puebla de Alcocer. Nació con una extraña enfermedad hormonal que hoy es conocida como acromegalia o gigantismo, pero que en aquella época no tenía explicación. Esta enfermedad se caracteriza por un rápido y desproporcionado desarrollo óseo, especialmente en las extremidades y en el cráneo.

Debido a esta enfermedad la infancia de Agustín Luengo no fue precisamente feliz para un niño, ya en su juventud encontró trabajo en un circo en el que impresionaba al público con sus gigantesca estatura.

Un buen día llegó a oídos del doctor Velasco la existencia de este fantástico personaje, fue entonces cuando se puso en contacto con él. El doctor quedó fascinado por las extrañas características del "Gigante extremeño" apelativo por el que era conocido. Agustín Luengo medía 2,35 metros de altura, algo realmente impresionante en nuestros días pero todavía mucho más en el siglo XIX en el que la estatura media era muy inferior.

El Dr. Velasco, como si del mismísimo Mefistófeles se tratara, le propuso un trato al gigante, puso precio no a su alma sino a su cuerpo. Ofreció al extremeño una importante cantidad de dinero a cambio de que éste le cediese su cuerpo al morir para donarlo al incipiente Museo Anatómico, Agustín Luengo acepto de buen grado la oferta y vino a Madrid para instalarse.

Ya sin preocupaciones económicas el gigantesco Agustín se dedicaba a vivir la vida sin escatimar, todo eran excesos, lógicamente la existencia de este hombre no fue lo que se dice feliz y era de esperar que quisiera beberse la vida a grandes tragos.
Al Dr. Velasco la vida de desenfreno que llevaba el gigante en Madrid no le hacía mucha gracia, temía que por culpa de su modo de vida pudiese dañarse. Es más que probable que el doctor viese al festivo Agustín de un modo similar a una "mercancía" que se podía dañar, no como un paciente.

El doctor le recriminaba su conducta libertina pero el gigante, que parecía llevar escrito en la frente la locución latina, carpe diem, respondía a las broncas del doctor en tono jocoso diciéndole, que no se preocupase, cuanto antes muriese antes tendría su deseado cuerpo y menos gravoso sería para el doctor. Palabras que bien podríamos decir que fueron proféticas ya que había contraído una tuberculosis ósea que en muy poco tiempo acabaría con él, poniendo fin a 28 años de una vida desgraciada.

Hoy Agustín Luengo, el gigante extremeño que fascinó a tanta gente por su estatura descansa en una vitrina del museo, muy cerquita del busto de su comprador, el Dr. Velasco.

Esta entrada se la dedico al Gigante Extremeño, al que vi por primera vez cuando yo era un niño y sus gigantescos huesos me impresionaron.
Años después, cuando conocí la terrible historia del gigante, mi fascinación y mi cariño hacia sus viejos huesos fue mayor.
No está de más recordar su historia para que cuando nos acerquemos a él no le miremos con los ojos del Dr. Velasco, el "Gigante" tenía un nombre, una historia y una vida trágica y fascinante.

¡Va por él!