Una de las mejores y más innovadoras estatuas del mundo se encuentra en Madrid, se trata de la estatua ecuestre del Rey Felipe IV.
Lo que hace destacar la estatua entre todas las demás es que se apoya sólo sobre las patas traseras del caballo. Esto puede parecer una tontería con los medios de ahora, pero en el siglo XVII era todo un reto en el que intervino el mismísimo Galileo Galilei para solucionar el problema, ya que no se podía hacer una estatua de ese peso y tamaño que se apoyase sólo sobre las dos patas traseras del caballo.

La estatua fue un capricho del Rey Felipe IV que quería tener una como la de su padre pero más espectacular.
Encargaron la escultura al escultor toscano Pietro Tacca, al que entregaron dos cuadros pintados por Velázquez para que le sirvieran de modelo al escultor.

Pietro Tacca se puso a trabajar en ello pero descubrió que tendría un gran problema con la estatua y es que no se podría mantener en pie debido a su gran peso.
Para solucionar este tema se puso en contacto con el único que le podría ayudar, Galileo Galilei, éste, después de mucho pensar, le aconsejó que la mitad de la estatua, la que corresponde a los cuartos traseros del caballo, debería ser maciza y la parte delantera hueca.
Fue así como lograron gracias a la ayuda de Galileo mantener la grande y pesada estatua ecuestre en esa posición.

Al llegar a Madrid el modelo en barro de la estatua, se dieron cuenta de que la cabeza del Rey no se parecía mucho al Rey de carne y hueso, fue entonces cuando el Rey dijo a Velázquez que buscase a un buen escultor que sustituyese la regia cabeza.
Velázquez se puso en contacto con el mejor escultor de Sevilla, Juan Martínez Montañés, que en aquellos años era ya muy anciano, éste aceptó el reto y se puso a trabajar en la cabeza del Rey.

Una vez terminada la cabeza y siendo del gusto de Felipe IV se colocó en la escultura de Pietro Tacca y el Rey tuvo la estatua ecuestre que tanto deseaba y que hoy todos podemos admirar si nos pasamos por la Plaza de Oriente, justo frente al Palacio Real.

Una estatua que, a simple vista no dice nada y que tuvo en jaque a grandes como Galileo y Velázquez.